jueves, 10 de abril de 2014

Capítulo 12: Iniesta Asado

Hacía mucho que no cubría entrenamientos, pero dicen que el ojo del amo engorda al ganado y yo no era el amo de Iniesta, pero me sentía su amigo e incluso un poco más que eso, su socio, así que quería estar ahí, quería ver que hacía y tal vez darle un consejo si descubría que metía la pata.





Me costaba levantarme tan temprano. A veces iba a las prácticas directamente después del boliche, con un Caramel Macchiato extra grande y 2 Blueberry Muffins. “¿Starbucks gordo? Como cambiaste, antes comprabas en la panadería de acá a la vuelta” se burlaba el encargado de seguridad que me conocía hacía más de 10 años.

Luego empezaba la práctica que duraba un par de horas. Los otros periodistas que ya sabían que me había hecho amigo de Andrés, me codeaban cuando me quedaba dormido, arropado por el sol y me preguntaban “¿Y?, ¿Cómo lo ves?

Con el correr de la semana yo lo iba viendo cada vez mejor.  Al principio parecía el mismo del partido: tímido, cansado,  repetitivo, previsible, impreciso,  pero a medida que fueron pasaron sus días y los pases iban llegando a destino, recobró su confianza, su técnica, su inventiva y era casi el Iniesta que yo había conocido en España, pero jugando en la Elite del Fútbol Mundial, en Argentina.

Las plantillas que le habían faltado en el primer partido, le habían llegado de España, 10 pares le había enviado su madre, para que nunca más escasearan.

Luego de una semana de entrenamiento todos entendían que el partido debut había sido solo un accidente, propio de alguien que juega nervioso, sin conocerse con sus compañeros, sin descansar luego de un viaje desgastante, todos volvían a creer en Iniesta.

Hasta Mascherano se acercó a abrazarlo, cuando dio su última asistencia en el clásico partido de viernes entre titulares y suplentes. Fue un pase magistral, de los muchos que había hecho en ese encuentro.

El técnico, Guardiola, que oficiaba de árbitro, al ver que Cavenaghi concluía en gol la jugada y teniendo en cuenta el marcador irremontable (6-0) a favor de los titulares decidió terminar el partido en ese preciso momento, sin siquiera mirar su cronometro, como para que todos se fueran del campo con esa imagen en su cabeza, de cómo se debía jugar al fútbol.  Fue como poner a la Gioconda a la salida de Louvre.

Mascherano, sin despegarse de su hombro, lo condujo, como si se tratará de un ciego al que estaba ayudando a cruzar la calle, a una mesa larga y angosta, hecha con tablones de madera que se situaba a unos 10 metros de la cancha, se sentó en la cabecera, por ser el capitán y ubicó a Andrés a su lado, como si se tratara de su apóstol favorito.

En la mesa había varias botellas de gaseosa, agua, soda y hasta vino. También distintos tipos de ensalada: Lechuga, tomate, cebolla, zanahoria, rodeadas de diferentes aderezos y pan, mucho pan. Los mozos fueron llegando con bandejas repletas de achuras.

Mascherano se inclinó sobre el hombre de Iniesta y le susurró: “Esto es una tradición muy importante para nosotros, es lo que une al grupo”.

El asado del viernes era como la misa Dominical para los jugadores de River y Mascherano, el Sacerdote, había reservado para sí la tarea de introducir a Iniesta en esa Religión.  Él mismo tomó de las bandejas el chorizo más grande que había para dárselo a Andrés.

Iniesta, prevenido, había llenado su plato con ensalada, pero  a Masche poco le importó, la echó a un lado usando el propio chorizo como ariete, tirando algunos tomates fuera plato. “No sé para que te serviste tanto pasto”.

Iniesta se quedó mirando el chorizo, todavía estaba caliente, de su interior salían flujos de grasa semi liquida, la grasa de hecho era el 90 o 95 % de esa heterogénea salchicha gigante. A Andrés solo ver esa cosa le daba asco. No tanto por identificarse con el sufrimiento del animal, que no podía determinar cuál era, pero antes de probar bocado si quiera, ya sentía esa grasa obstruyéndole sus venas, sus arterias, provocándole pequeños ataques cardiacos, sino un ACV, matándolo como a su padre, poniendo a su hígado, a sus riñones en aprietos, en pocas palabras enfermándolo. Además él, al ser vegetariano, carecía absolutamente de anticuerpos para resistir tamaña invasión gastronómica.

“Probalo, si sos Español te tiene que gustar, ustedes viven comiendo esto”.

Iniesta miraba el plato y a Mascherano, que cada vez se ponía más ansioso, alternadamente.

Al final no tuvo más remedio que ponerse un pedazo en la boca y comenzar a masticarlo.

En el primer mordisco un chorro de aceite le mojó todo el paladar. Javier no le sacaba la mirada de encima. “¿Y qué te parece?”, “Muy bueno” contestó a Andrés mientras tomaba tanta agua como podía para sacarse ese sabor de la boca. Mascherano dio una fuerte carcajada y lo abrazó por el hombro. Iniesta había sido bautizado, Mascherano sentía que en la comida habían encontrado un idioma universal que los unía.

Los mozos siguieron pasando con sus bandejas repletas de distintos cortes de carne de vaca, de cerdo, de pollo. Mascherano le hizo probar a Iniesta  todos: vacío, tira, entraña, bondiola, pechuga, pata muslo. Para Iniesta era una tortura, solo lo ayudaba Coki, el perro del equipo, un Fox Terrier blanco con manchas negras muy tranquilo, que se escondía debajo de la mesa, al lado de Andrés, y recibía trozos de carne de él cuando nadie lo veía.  A partir de ese día Iniesta y Coki serían muy amigos, casi inseparables.

Cuando terminaron de comer, más de una hora después, a Andrés ya le dolía la cabeza. Escuchaba como el resto conversaba a los gritos,  los veía mover los brazos ampulosamente, como Italianos, mientras comían flan con dulce de leche y crema, pero no podía entender que decían.

Quería descansar, bajaba la mirada, pero era peor, porque entonces veía  los platos del asado que seguían arriba de la mesa, con restos de carne, huesos, sangre, grasa, aceite, mayonesa y eso le producía más arcadas.

Después del almuerzo Iniesta llegó tambaleante a su habitación en la concentración y se tiró en la cama. Penso que allí terminaría su tormento, que luego de unas horas de sueño se despertaría como nuevo, se equivocaba.Estaba cansado, quería dormir, pero no podía. Cerraba los ojos, pero aún así sentía como la habitación se movía despabilándolo. Era la peor resaca de su vida y ni siquiera había probado una gota de alcohol.

Cuando por fin pudo conciliar el sueño entró al cuarto Cavenaghi, su compañero de habitación, seguido de otro 2 o 3 jugadores y se pusieron a jugar al FIFA13 en  la Play Station.

Jugaban a los gritos mientras escuchaban música, más precisamente Cumbia.  La Cumbia era un ritmo mezclaba ciertas influencias Centroaméricanas, como la Salsa y el Merengue, con sonidos e instrumentos locales, argentinos. A Iniesta la Cumbia le recordaba a la música Flamenca, pero sin alma, sin arte. Mientras los Andaluces hablaban de amores pérdidos, de batallas épicas, de días de gloria,   Los Cumbieros se conformaban con describir una tanga o el asalto a una pizzería de un barrio humilde bajo la influencia algún narcótico barato. De toda forma era música divertida para bailar, la música de los barrios bajos que había penetrado en toda la Sociedad, como el Hip Hop en EEUU.

Pipino Cuevas, una ex promesa de de River que no había llegado a mucho por su individualismo y falta de dedicación, invitado a la concentración por el plantel, seguía las canciones con su guitarra desafinada y su voz chillona.

“¿Queres jugar Iniesta?”
“Dejalo, no ves que está descansando, Él es profesional, no como nosotros”
“Ay, Él es Profesional!”.

Así estuvo Andrés  antes de su segundo partido, en esa situación atemporal, ignorando la hora o incluso el día, tratando de dormir en medio de los gritos, la música y los sonidos en 5.1, yendo al baño a vomitar, intentando no incomodarse con la gente que se sentaba a los pies de su cama en forma brusca, sacudiéndolo, provocándole más mareos.

Sus compañeros también se sentían frustrados, pensaban que hacían todo lo posible para integrarlo, pero nada resultaba: ni la comida, ni la música, ni los juegos. Ni siquiera parecía demasiado abierto a conversar. Ellos le hablaban, pero Iniesta lucía perdido, indiferente.

Otros en cambio comenzaron a hablar de miedo escénico. Iniesta era un jugador que rendía muy bien en un fútbol de baja exposición como el Español, en los entrenamientos, pero al acercarse la hora de jugar por los puntos en una Liga que era vista desde China hasta Canadá, su cara se tornaba pálido, su comportamiento tímido, parecía querer esconderse, no salir de su cama.

Iniesta, según muchos, era lo que se conocía en el folclore futbolístico argentino como pecho frío, un talentoso sin fuego sagrado, un Aníbal sin Elefantes.

7 comentarios:

  1. Te tiro la idea. Me gustaría que hubiera un personaje llamado El Utilero. El Utilero le explicaría a Iniesta todo el tema de la argentinidad. Le cebaría mate, lo llevaría a Banchero, de putas, etc, etc, etc. Y después si quererlo bien Andrea del Boca un día Iniesta descubre que El Utilero es su viejo, que estuvo jugando en España y bla, bla, bla (eso dibújalo vos), jajaja seria genial!

    ResponderEliminar
  2. Che entre aca por De Caro, muy bueno

    ResponderEliminar
  3. Marcelito (con confianza), me clavé los 12 capítulos de un saque y me quedé muy cebado. Vuelvo a entrar dentro de dos semanas a ver si sacias mi sed de Iniesta. Felicitaciones!.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Maestro, Te prometo (ebriedad de por medio) que no te va a faltar material

      Eliminar