viernes, 2 de mayo de 2014

Capítulo 21: IniesGump

Me desperté sobresaltado. Pensaba que algo había pasado, pero no sabía bien qué y si era real o lo había soñado. Vicky se había ido, todavía sentía su mano recostada en mi pecho, sus uñas filosas incrustadas en mi piel, pero ya no estaba allí. Había dejado un pañuelo tirado a mitad de camino entre la cama y el baño.



La ventana estaba entreabierta, la cortina blackout hasta la mitad, pero no entraba el sol, era un día nublado y llovía a cantaros. Creo que incluso escuché ruido de piedras, de granizo. Me preocupé por el auto, lo había tenido que dejar afuera, porque cuando volví de entrenar Vicky había ocupado mi cochera. Siempre ocupaba mi cochera y siempre discutíamos por eso, yo le decía que se tomará un taxi, que yo se lo pagaba, pero ella no quería saber nada. “Vos no entendes que en el auto tengo un montón de cosas”, en el auto, en su departamento, en el mío, en todos lados. Hay gente que no puede vivir sin su psicólogo, otra sin su abogado, Vicky necesitaba un Gerente de Logística. 

La verdad que no me gustaba dejar el auto afuera, más que por el granizo o cualquier otro fenómeno meteorológico, por los chicos que se juntaban en la calle a tomar cerveza y a drogarse. La mayoría eran de Boca, Cristianos. Yo sabía que me odiaban, lo notaba en el tono burlón y atrevido con que me hablaban, cada que estacionaba el auto afuera y se acercaban de forma aparentemente amistosa. “eh, Iniesta, amigo, ¿No queres que te lo cuidemos?” me decían mientras cerraba la puerta y activaba la alarma. Y tenía que darles unos pesos para que me lo cuidaran de ellos mismos.

Enseguida El Encargado del edificio salía presuroso, les gritaba algo y ellos lo insultaban. Contra mí era resentimiento, envidia, pero con El Encargado se aborrecían mutuamente. No sé, a lo mejor sentían que El Encargado era uno de ellos trabajando para el enemigo, alguien que se había vendido al Sistema. Ese tipo de cosas que uno piensa cuando tiene 15 años y escucha Los Ramones, pero varios ya bordeaban los 30. Por otro lado El Encargado probablemente veía en ellos a sus propios hijos descarriados, pero a estos podía insultarlos, sin temor a que le pegaran para sacarle la jubilación o lo enviaran a un geriátrico.

Siempre que estacionaba afuera era lo mismo, 5-10 segundos de miedo, que luego de pagar se transformaban en lástima. Quizás porque la tarifa que cobraban me parecía insignificante (5 pesos), pero yo no conseguía odiarlos, como los odiaban Marcelo, Vicky y sobretodo Carlos (El Senador). El que les tenía bastante cariño era Juanchi, cada tanto alojaba a alguno durante la noche y si Carlos llegaba de sorpresa, lo tenía que sacar por la puerta de servicio.

Me había quedado dormido, pero no era grave, apenas tenía 15 minutos de retraso. Seguramente el despertador había sonado, pero eran más efectivos para despertarme los rayos del sol que la alarma y al estar nublado mi cuerpo siguió durmiendo, creyendo que era de noche.  

Apuré el paso, no me estaba yendo bien en lo futbolista, desde que había tenido que ajustar mi juego guiado por las sugerencias de Mascherano y Cavenghi, lo último que quería era llegar tarde al entrenamiento y cometer una falta disciplinaria.

Lo espejos del baño seguían empañados. Los cosméticos de Vicky ocupaban el vanitory entero. Estaban todos mezclados, algunos abiertos, otros caídos. Me daban ganas de acomodarlos, de agruparlos por tipo o color, pero no tenía tiempo, el desorden me ponía nervioso. 

En la primaria siempre le insistía a mi mamá para que me comprara esas cartucheras donde hay un hueco para cada uno de los útiles. A mí mamá le daba pena, porque ya en esa época eran viejas, estaban pasadas de moda y a veces tenía que recorrer varias librerías para conseguir una. Yo siempre tenía los lápices ordenados por color y cuando llegaba fin de año no me faltaba ninguno. Hubo un año en que me mamá insistió en comprarme una cartuchera distinta, una de esas que son como cajas, en donde los útiles van todos mezclados, decía  que eran las que los psicopedagogos recomendaban, que ella veía que el resto de los chicos usaban esas  y no quería que yo fuera el raro. Me empezó a ir mal en la escuela, de repente mi cuaderno ya no era tan prolijo, mi caligrafía, siempre tan clara, no se entendía, mis mapas, mis dibujos, pasaron de ser alegres y coloridos a oscuros y lúgubres. Me mudaron de banco, me enviaron al otorrino, al psicólogo, incluso a hablar con el cura, hasta que a mitad de año le pedí a mi mamá que me cambiara la cartuchera, ella accedió y mis notas volvieron a ser las de antes.

Sequé el espejo con un pedazo de papel higiénico, me miré, estaba muy despeinado y con cara de dormido. En el pecho todavía tenía manchas del chocolate liquido que me había echado Vicky la noche anterior, me cepillé los dientes. 

Entré a la ducha, era difícil abrir las canillas porque Vicky había dejado colgando unas bragas en una y un corpiño en la otra. Eran Victoria Secrets, no podía quejarme. Algo bueno de salir con Vicky es tenía mucha variedad de shampoos y cremas de enjuague, aunque yo era casi pelado. Ella insistía en que igual debía usar shampoos y cremas de enjuague en la cabeza, le molestaba verme pasar el jabón por la pelada, decía que hacer eso era muy grasa.

Salí de la ducha, la toalla estaba empapada, Vicky no la había cambiado, tuve que secarme con el paño de mano. 

Era tarde, por suerte ya tenía la ropa y el bolso preparado, solo me faltaba desayunar, no podía irme sin desayunar, no podía entrenar sin energía, si hay algo que les sobra a los Argentinos es energía, a veces la canalizan mal, pero desbordan energía, no podía ser menos que mis compañeros. 

Comí lo de siempre: 1 tostada de pan integral con queso crema light y mermelada de durazno bajas calorías, 1 banana, 1 vaso chico (200 cm2) de jugo exprimido de naranja, 2 cucharadas soperas de Granola con pasas de uva sin azúcar agregada y una taza de café con leche descremada. El pote de queso crema ya estaba contaminado con rastros de mermelada, yo siempre usaba dos cucharas distintas para evitar eso, me enfurecían aquellas cosas. 

Me fijé que las hornallas estuvieran cerradas y todas las luces apagadas y salí.  Era tarde, pero todavía podía llegar a tiempo. Pasé por la entrada, saludé al Encargado y me dirigí rumbo a mi auto. Más cerca que nunca, sentados frente a él, bajo un techito de metal de un Kiosko que decía 7up, estaban Los Cristianos. 

Apenas me vieron sonrieron, pero ni bien desactivé la alarma a distancia, estallaron en una carcajada.  Subí al auto, prendí la música y el aire, me puse el cinturón y cuando empecé a soltar el embriagué sentí como si el auto se cayera y luego un fuerte golpe. Bajé, miré el auto y me di cuenta que le faltaban las cuatro ruedas, se las habían robado, el auto estaba sostenido por ladrillos. Los Cristianos empezaron a burlarse “Eh, Iniesta, amigo, ¿Pasó algo?”. Entré en pánico, iba a llegar tarde al entrenamiento. Subí al auto nuevamente para no mojarme y comencé a llamar a Marcelo, pero no me atendía, Vicky también estaba durmiendo. Tomé mi bolso y volví a bajar. Intenté parar un taxi, pero todos pasaban llenos, como suele suceder los días de lluvias en todo el mundo. Los Colectivos me eran ajenos, iban y venían de cualquier parte. Cada vez llovía más.

“Eh Iniesta, vos que sos deportista, ¿Por qué no vas corriendo amigo? jajaja” Al principio me pareció absurdo, era una burla, pero luego lo asumí como un desafío, ¿Por qué no? Era mejor que quedarme parado, de alguna forma era tomar el destino en mis propias manos. 

Empecé a correr por la Bicisenda, era el único lugar por el que podía correr, porque las calles estaban bloqueadas, todos habían salido con sus autos para no mojarse y las veredas de San Telmo son muy estrechas y es imposible ir corriendo y no chocarse con los otros peatones. Me fijaba adentro de los autos, tratando de ver si alguno tenía el escudito de River, quizás un hincha quisiera llevarme, pero no veía nada, la mayoría tenía vidrios polarizados y las gotas de lluvia cubrían las ventanas, que de todos modos estaban empañadas.

Luego de unas cuadras noté que los Zombies, los Cristianos, los de mi cuadra y los de otras, decenas de chicos con gorritas, camisetas de fútbol, bermudas y zapatillas con cámara de aire, me gritaban, me alentaban, me sacaban fotos con sus celulares y alguno hasta se sumaba a correr conmigo por la Bicisenda. 

Aparentemente estaba haciendo algo prohibido, revolucionario, lideraba una especie de Rebelión Absurda cuyos motivos y propósitos ignoraba, era el líder de los Zombis/Cristianos, pero más que un Comandante como El “Che” Guevara era algo así como un Forrest Gump.

Cuadras y cuadras quedaban atrás. El adobe se iba transformando en piedra, las pequeñas Casonas en majestuosos Palacetes y Edificios, las Calles estrechas en anchas Avenidas. La multitud crecía. Como un niño en el auto del padre, ignoraba si faltaba mucho o poco, solo había hecho ese recorrido en auto, me costaba proyectar.

No estaba cansado, pero era incomodo correr con las gotas de lluvia corriéndome por la frente y la tira del bolso marcándome el hombro.

Tengo que reconocerlo, algún Cristiano, viendo mi voluminosa carga, se ofreció a compartir el peso de mi Cruz, pero yo me negué, temí que mis cosas terminaran esparcidas por el asfalto, como parte de un botín de Guerra.

En el último tramo, cuando la Bicisenda ya había terminado y ya corría sin mirar donde, la mayoría de la gente parecía advertida de lo que estaba haciendo, porque salían a los balcones a filmarme o sacarme fotos, como si se tratara de un acontecimiento histórico. Es más, creo que tenía un Helicóptero encima y todo eso estaba saliendo en Vivo en Televisión Nacional, como si fuera la persecución de O. J. Simpson o el ataque a Las Torres Gemelas.

Nadie era indiferente a lo que pasaba. Algunos me vitoreaban, otros me insultaban e incluso tuve que esquivar algún objeto contundente.

Llegué a River con más de media hora de retraso, agitado, no sé si estaba en condiciones de entrenar. 

Los Zombis/Cristianos se detuvieron a 20 m de la puerta del club, como si un campo magnético los rechazara, como El Niño Diabólico de la Profecía frente a la Catedral, la mayoría, supongo, era hinchas de Boca, varios tenían la camiseta rosa entallada con el 7 en la espalda.

El Portero, de muy mal modo, me dijo que no me podía dejar pasar, que El Mister había prohibido mi ingreso al Club ese día, que volviera a mi casa.

Un hincha, que salía de la sede con la camiseta de Mascherano, se agarró la entrepierna y me dijo “Iniesta, caminate esta” y otro que estaba a su lado con la 9 de Cavenaghi alternativa agregó “Eh, IniesGump, porque no te haces culiar”. 

No sabía que hacer, como volver a mi casa, intenté dar una explicación coherente, contar mi verdad, pero tartamudeaba y al Portero tampoco parecía importarle. Vi que varios periodistas venían hacía mi con prisa, esquivando cables y colegas, tratando de no volcarse encima el café que estaban bebiendo. 

Di media vuelta y empecé a correr en sentido contrario, atravesé el mar de Zombis/Cristianos, que sorprendidos se abrieron para dejarme pasar y comenzaron a seguirme nuevamente. Volví a mi casa trotando por el mismo camino. Entrené más que nunca, 20 Kilómetros de ida y vuelta, bajo un tiempo inclemente y con mi bolso perforándome el hombre.

#IniesGump, Bicisenda y Caminasenda fueron los tópicos del día en Twitter.

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