viernes, 28 de marzo de 2014

Capítulo 8: El Primer Partido

El primer partido de Iniesta en Argentina no fue para nada bueno. Es cierto que recién llegaba al país, que no había tenido tiempo para aclimatarse, que prácticamente no había entrenado con sus compañeros de equipo, pero su rendimiento fue decepcionante, ni yo podía defenderlo. El técnico había dejado en el banco a D’Allesandro, que era ídolo del club, para ponerlo a él, pero Iniesta no respondió.





Una de las cosas que se le reclamó a Iniesta en ese primer partido con  River fue entrega, despliegue físico. Cuando tenía el balón se movía con gran dinámica, como lo hacía en España, pero cuando se trataba de correr sin el, ya sea para marcar o para desmarcarse y darle una opción de pase a un compañero no mostraba el mismo empeño. Corría si, 10 o 20 metros, por obligación, sin ganas, pero luego se paraba, agachaba la cabeza y se miraba las piernas, como pidiéndoles que reaccionen.  Parecía que no podía correr, y no podía, por el tema de las plantillas, pero eso nadie lo sabía y tocar el tema luego de aquella actuación no tenía sentido, sonaría a excusa.

Tampoco ayudó que a los 20 o 25 minutos del segundo tiempo, cuando River no encontraba el partido, Mascherano, el Capitán del Equipo, le pasará por al lado y le hiciera un gesto que vio toda la tribuna “Corré Iniesta, corré”. Y era verdad que Iniesta estaba estático y no le daba una mano para equilibrar el mediocampo, pero después me puse a pensar y el representante de Mascherano era el mismo que el de D’Alesandro, ¿Casualidad?

De todas formas el resultado no era del todo malo, es verdad que era la primera fecha del Campeonato, y había mucha expectativa y la mayoría de los hinchas esperaban un triunfo por goleada ante un rival débil, pero River había tenido mucha mala suerte, tiros en los palos, definiciones que pasaron cerca, incluso un gol anulado, al propio Iniesta, por un offside que no existió. 

Hasta que a los 42’ del Segundo Tiempo un defensor del equipo visitante rechazó, la pelota cayó  en el área de River a los pies de un delantero rival y GOOOLLLLLLL!

Desastre, Catástrofe, River, el equipo que más había gastado en el mercado de invierno, debutaba perdiendo 1 a 0 contra un adversario menor.

Parecía mentira, para colmo el gol lo marcaba una de las máximas decepciones de la historia de River, un jugador que le había costado al Club 60 millones de dólares, sin contar el contrato y se había ido en menos de 5, El Niño Torres.

El Niño Torres levantó su brazo derecho señalando la tribuna y le dedicó el gol a toda la hinchada visitante, pero en realidad se lo estaba dedicándo a la hinchada de River, que no le había tenido paciencia y lo había echado después de solo 150 partidos y 9 goles (3 de penal).

De pronto los hinchas de Platense, que no eran más que sus banderas, tapaban con sus gritos un estadio repleto con 70.000 personas.

Guti, que había estado conmigo la noche anterior en Esperanto y había entrado a los 30 minutos del segundo tiempo por un delantero, para tener la pelota, se arrodilló en el medio del campo, abrió sus brazos en cruz y miró al cielo, agradeciéndole a Dios ese regalo, aquel triunfo épico, imposible, en la última temporada de su ya dilatada carrera.

Luego agachó la cabeza y creo que vomitó, pero la gente, enfocada en El Niño, no se dio cuenta.

Los hinchas de River, petrificados, comenzaron a reaccionar. Tenían mucha bronca: con Dios, con el azar, con el árbitro, con sus jugadores, con todo.

Era tanto lo que les había pasado que ni siquiera podían verbalizarlo, procesarlo de manera analítica, solo emitían gruñidos violentos, mientras movían los brazos y saltaban.

Era solo la primera fecha, pero parecía un augurio de otro año de vacas flacas. La gente insultaba al presidente, al DT, no se aguantaban más vivir otro año a la sombra del Newells de Messi y Mourinho y de su archirrival, El Boca de Cristiano Ronaldo (CR7).

“¿Y encima viste los refuerzos que traen? Este Pibe Iniesta, te lo digo hoy, en River no puede jugar, no puede jugar, es puro fulbito”.

La gente decía que Iniesta era bueno técnicamente, pero que parecía inconstante, que le faltaba temperamento, que era un tanto indolente, lagunero. Esa era la principal acusación, la de “Lagunero”. 

Iniesta hacía goles, daba asistencias, armaba buenas jugadas, pero a cuentagotas, y entre gota y gota había baches enormes, lagunas inmensas, insoportables para los fanáticos.

Ellos querían lo imposible, ver algo maravilloso cada vez que Iniesta tocaba la pelota, pero hasta el mejor jugador del mundo, hasta Maradona, hasta Di Stefano, promedia, a lo sumo, un gol y alguna asistencia cada 90 min., cada hora y media, siendo generosos. El problema empeoraba porque Iniesta marcaba goles, pero no muchos, daba asistencias, pero tampoco tantas. Iniesta no era un jugador de highlights, era un jugador de climas, ellos esperaban un estribillo y el tocaba una sinfonía.

Llegó el pitido final. La gente se fue rápido del estadio rumbo al Hall, una especie de galpón que usaban los hinchas de River para quejarse con violencia luego de partidos como aquel, que los dejaban impotentes y quedaba dentro del enorme club, al lado de la cancha.

Las Tardes de Caos el Hall era una referencia obligada para todos. Los Canales de Noticias solían privilegiarlo, incluso por encima de las Conferencias de Prensa. Preferían los aullidos dementes y aparentemente genuinos del público, antes que las declaraciones estudiadas, acartonadas, “de casete” de los protagonistas.

El televidente a su vez se sentía identificado con esos hinchas que insultaban a los gritos, como ellos frente al televisor, aunque lo hicieran de manera instintiva, para cumplir con lo que se esperaba de ellos en esos casos, sin apartarse ni un segundo del guión, sin rebeldía, más como Avril Lavigne que como Patty Smith.

Algunos hinchas, los menos, se asomaron por las gradas cercanas al túnel del vestuario para azuzar a los jugadores que salían con las cabezas gachas. Iniesta estaba todavía en el medio del campo. Apenas podía caminar. Se quitó las canilleras, se bajó las medias y luego se sacó los botines. Cada vez que apoyaba la planta del pie, se le notaba el dolor en la cara.

Se fue caminando descalzo, mientras la luces se apagaban. La parte inferior de sus medias estaban manchadas con sangre.

5 comentarios:

  1. jajajaj me imagino al Niño Torres y a Espina jugando con Espina y Dallalivera con la camiseta marrón de Anta Seguros

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    1. De la de Anta no me acuerdo, me acuerdo de una de Izuzu. Que tiempos!

      Otra cosa Walter no viene? Walterio!

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  2. Y Cascini y El Bichi Fuertes y Goyeneche (?) jajaja, yo soy hincha de River pero simpatizante de Platense porque es del barrio. Me tocaste el corazón loco

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