lunes, 24 de marzo de 2014

Capítulo 6: La Torre por Iniesta

Los Suburbios de Buenos Aires, bien podían ser los de Madrid. Supongo que las autopistas, los peajes, los carteles, son iguales en todas partes. Al igual que los Aeropuertos o las Terminales de Micros, Las autopistas son lugares universales, comunes a todo el mundo, pero propiedad de nadie. Limitados, pero funcionales, como una especie de lenguaje común que sirve para sobrevivir sin decir nada.

Es cierto que de tanto en tanto en el camino aparecía alguna villa, algún barrio precario hecho con chapas y cartones, pero pasaba desapercibido, porque yo iba pensando en la maleta extraviada, en mis botines, en mis plantillas, no podía jugar sin mis plantillas, ¿Cómo iba a hacer?

Ya quería volver a España, me estaba arrepintiendo de haber firmado con River, lo de la maleta me había cambiado el ánimo. ¿Pero era solo la maleta? Sentía Nostalgia, no tenía 5 minutos en Argentina y ya los Porteños me habían contagiado su virus.





Bajamos de la autopista en la 9 de Julio, la avenida más ancha que había visto en mi vida y nos internamos en San Telmo. Marcelo siempre me decía que en San Telmo me iba a sentir como en casa porque era muy parecido a España, “a Madrid”, y en parte era verdad, pero yo era de Barcelona.

A medida que nos adentrábamos en el Barrio, cada vez se hacía más visible para mí un edificio que se elevaba por sobre el resto. La Torre. La Torre era un edificio de 40 pisos en un lugar donde el resto de las casas no pasaba de 5, pero además La Torre era la única edificación nueva del barrio en por lo menos los últimos 100 años. De líneas rectas y tonos grises, con mucho vidrio, moderna y minimalista, se destacaba por sobre las casonas históricas de barro, barrocas, algunas en no muy buen estado, pero llenas de color, de vida.

Mientras continuábamos acercándonos yo rezaba para que el taxi se detuviera, no quería vivir cerca de ese mamotreto. Negociaba con Dios y conmigo mismo, cuando estábamos a 10 cuadras aceptaba vivir a 8 cuadras pero no menos, cuando estábamos a 8 a 5, cuando estábamos en 5 a 3, hasta que finalmente lo único que pedía era no tenerla en la misma cuadra.  Estando en la misma cuadra pensé que no tenía porque ser tan pesimista, que quizás el taxi iba a pasar de largo, pero no. “Es acá”, “¿Acá?, ¿En La Torre?”, “Si, en La Torre, vas a ver, te va a encantar”. Por suerte mi cara, entre el cansancio y la preocupación, ya de por sí ya no era buena, así que Marcelo no notó mi decepción.

Un guardia de seguridad nos abrió el portón. La Torre era una especie de Cárcel con expensas caras, en donde uno necesitaba constantemente de la ayuda de algún guardia de seguridad para entrar o salir. El Portón abriéndose siempre llamaba la atención de los chicos que jugaban en la vereda o de los adolecentes, que hablaban de música o de chicas sentados en el escalón de alguna puerta grande de madera cerveza mediante.  Miraban sin mirar, porque no giraban el cuello y escondían sus ojos detrás de anteojos negros, los autos que salían, las mujeres, los famosos.

El departamento era hermoso. Todo era de un gran lujo: La vista al río, los pisos de madera, las terminaciones, lo que me resultaba extraño es que estuviera prácticamente desierto.

Aparentemente la moda en Buenos Aires era minimalista, pocos muebles, blancos o de tonos pasteles, modernos, angulados y algunos espejos y cuadros trípticos con arte abstracto.

Parecía la moda impuesta por un ciego, temoroso de tropezarse con su propio mobiliario.

Era el opuesto a como decoraban las mujeres de mi familia, que parecían acumular muebles, grandes, pesados, oscuros, como forma de ahorro y nunca tenían paredes suficientes para poner todas las fotos y suvenires que querían colgar.

Es verdad que tenía estilo, me sentía un Magnate Neoyorquino, mirando la ciudad desde arriba toda iluminada, aunque también pareciera la oficina atemporal de un adicto al trabajo.

Si hubiera tenido maletas las hubiera tirado al suelo para desahogarme, como quien golpea la mesa exigiendo ser oído, pero no.

Dejé el celular en la mesa de apoyo del Living, le di las gracias a Marcelo que parecía desesperado por llegar a McDonald’s para desayunar y me tiré en el sillón frente a la tele apagada a descansar, la gente del club iba a llamarme al mediodía.

1 comentario:

  1. Mira que San Telmo ahora es la boca del lobo, te roban hasta el tiempo jajaja

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