miércoles, 19 de marzo de 2014

Capítulo 4: La Envidia

La gente me decía que Marcelo era perezoso, glotón, mujeriego y otros mil defectos más. Me subestimaban. Yo me había dado cuenta de todo ni bien lo conocí, se le notaba en la cara, no necesitaba que nadie me lo señale. Marcelo era todo eso, es verdad, pero también era una persona muy transparente, muy transparente y para nada envidioso, eso me gustaba.



El mundo del fútbol está lleno de envidia.  Mis amigos de divisiones inferiores me envidiaban porque “Había llegado” y ellos no y siempre que encontraba con uno me decía “¿Te acuerdas que cuando jugábamos juntos el que me destacaba era yo?” y yo no me acordaba, pero le decía que si, para no discutir, y para aliviar un poco su envidia, pero la envidia nunca se alivia, al contrario y él se iba más enojado pensando “Hasta el reconoce que yo era mejor, pasa que tuve mala suerte y  justo me lesioné y el técnico no me quería y mi madre no se acostó con aquel dirigente”. 

Los Periodistas Deportivos  nos envidiaban porque la mayoría eran Futbolistas Frustrados y nosotros no nos dábamos cuenta del honor que significaba estar donde ellos no habían llegado y lo mismo pensaban los hinchas, pero sin tanta difusión.

Los Técnicos y Dirigentes nos envidiaban, la mayoría ex jugadores, habían elegido esas profesiones como una manera de seguir siendo futbolistas por otros medios. Eran como padres maniáticos que querían vivir sus vidas a través de nosotros, que querían evitar que cometiéramos sus mismos errores.  Eran los eunucos del fútbol, sabían todo, lo habían visto, pero no podían ponerlo en práctica.

Yo también envidiaba. Envidiaba a mis compatriotas que habían triunfado en América y volvían en cada Navidad, en cada Pascua, a recordárnoslo, con los últimos botines o con fotos con jugadores que nosotros solo veíamos por televisión.

Envidiaba a Messi, que podía darse el lujo de fracasar en nuestra Selección porque había triunfado en Argentina, porque hacía 50 goles por temporada.  La culpa siempre era nuestra, que no éramos tan buenos, que no lo rodeábamos como en Newells. Del técnico, que no lo cuidaba como Mourinho. A Messi solo había que agradecerle, agradecerle que había elegido jugar con nosotros para España, despreciando su país de Origen, Argentina, agradecerle que nos brindara su talento en dosis homeopáticas, agradecerle que se dignara a jugar con gente que no estaba a su nivel.

No me mal entiendan, Messi era genial, un Mozart sin vicios, pero algo le pasaba cuando se vestía de Rojo. Al principio la gente decía que no le dábamos la pelota,  que estábamos peleados, que no hablábamos, y era cierto que no hablábamos, pero porque ninguno de los nosotros era de hablar mucho, no porque estuviéramos enemistados.  A veces estábamos con Sergio Ramos o Casillas comentando algún disco o alguna serie de televisión que hubiera decorado nuestra infancia, algo típico Español y cuando veíamos que llegaba Messi queríamos cambiar de tema, hablar de algo que no le fuera tan ajeno, pero no se nos ocurría que y se producía un silencio incomodo y Messi, que a lo lejos venía escuchando los murmullos y las risas de la conversación, veía como cuando él llegaba se interrumpían abruptamente y seguro que pensaba que se lo hacíamos a propósito, porque lo odiábamos, porque era el mejor.  Y la madre de Messi, que había que ver como me miraba cada vez que me cruzaba en el vestuario y que ya no se sentaba junto a mi madre, de la que había sido tan amiga, para ver los partidos, seguro que le servía cada cena rellena con rencor.

Eran demasiado los fantasmas contra los que jugaba Messi en cada partido con La Roja. Tenía demasiadas cosas a la cabeza, igual que nosotros. A veces no seguía las jugadas porque pensaba que de todas maneras no le íbamos a pasar la pelota, a veces erraba definiciones fáciles porque estaba estudiando con quien y con quien no iba a festejar el gol, más de una vez se hizo expulsar para bañarse antes y no tener que vernos en el vestuario.

Claro que envidiaba a Messi, pero no solo a él, también envidiaba a mis amigos de la infancia. España, gracias a su colosal desarrollo en Energías Alternativas, se había transformado en un país “serio”, importante, de primer mundo, industrializado, en “La Alemania del Mediterráneo”.  No había plata para derrochar en Circo, en cosas como El Fútbol,  eso se lo dejábamos a países como Brasil, Argentina, México, incluso Italia, nosotros invertíamos en Educación, en Infraestructura, en Ciencia, en Tecnología. Mis amigos médicos, biólogos, ingenieros, físicos nucleares, no tenían que dejar el país para crecer como profesionales, para tratar con los mejores en lo suyo. Podían ganar menos, ser menos notorios, pero su país los cobijaba. Yo en cambio tenía que exiliarme para brillar.

Todo había cambiado, Profesiones como la mía, que habían sido icónicas durante mi infancia y la infancia de mis antepasados, ya no tenían lugar en esa Sociedad.

Los futbolistas, los pintores, los músicos, los bohemios, los soñadores,  eramos los marginales de una sociedad sin marginales. España se había convertido una Noruega con Sol.

La envidia estaba en los otros, en mi, en todas partes.

Marcelo era diferente,  él no quería ser yo, él no me envidiaba.  Estaba a tantos años, a tantos kilos de ser un jugador profesional que ni siquiera lo consideraba. Es más, siempre me decía que antes de levantarse temprano para ir a entrenar como yo o de concentrar se mataba.

Era difícil que la semilla de la envidia germinara en él, no era ambicioso, no esperaba nada de la vida y estaba muy conforme con lo que la vida le había dado.

Todo lo que él tenía, una chica, una cena, un trabajo, le parecía lo mejor del mundo. No miraba a los costados y si de casualidad veía algo mejor, seguro que tenía problemas que nosotros no conocíamos o demandaba mucho esfuerzo y no valía la pena.

Marcelo estaba contento con su vida, no tenía que deslomarse trabajando como había hecho su padre, tenía un lindo departamento, le iba muy bien con las mujeres, apenas si a veces se quejaba de su salud, de su peso, de tener que dormir con esa máscara para la apnea, pero sabía que había abusado tanto de su cuerpo que no le podía echar la culpa a nadie más.

Me caía bien Marcelo, me sentía muy a gusto con él, todavía hoy, a pesar de la distancia, lo considero un buen amigo. Mi mamá y mis tías lo odiaron apenas lo vieron llegar aquel día, con la resaca a cuestas, varias horas tarde, cuando me hizo la primera entrevista. Me dijeron que procurara tenerlo lejos. No sé si tuvieron razón. No sé como hubiera sin él sido mi historia en Argentina .

3 comentarios:

  1. Se esta alargando mucho, mete ya los primeros partidos que quiero ver si le gana al mesias o no

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  2. Por favor para ya, este libro es una mierda, no hay ninguna historia de Iniesta en Argentina

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    1. Ey!, Pedro, no seas tan torpe y maleducado, es sólo una ficción. Hasta un niño se daría cuenta...

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