Me desperté sobresaltado. Pensaba que algo había pasado, pero no sabía
bien qué y si era real o lo había soñado. Vicky se había ido, todavía sentía su
mano recostada en mi pecho, sus uñas filosas incrustadas en mi piel, pero ya no
estaba allí. Había dejado un pañuelo tirado a mitad de camino entre la cama y
el baño.
La ventana estaba entreabierta, la cortina blackout hasta la mitad, pero
no entraba el sol, era un día nublado y llovía a cantaros. Creo que incluso
escuché ruido de piedras, de granizo. Me preocupé por el auto, lo había tenido
que dejar afuera, porque cuando volví de entrenar Vicky había ocupado mi
cochera. Siempre ocupaba mi cochera y siempre discutíamos por eso, yo le
decía que se tomará un taxi, que yo se lo pagaba, pero ella no quería saber
nada. “Vos no entendes que en el auto tengo un montón de cosas”, en el auto, en
su departamento, en el mío, en todos lados. Hay gente que no puede vivir sin su
psicólogo, otra sin su abogado, Vicky necesitaba un Gerente de Logística.
La verdad que no me gustaba dejar el auto afuera, más que por el granizo
o cualquier otro fenómeno meteorológico, por los chicos que se juntaban en la
calle a tomar cerveza y a drogarse. La mayoría eran de Boca, Cristianos. Yo
sabía que me odiaban, lo notaba en el tono burlón y atrevido con que me
hablaban, cada que estacionaba el auto afuera y se acercaban de forma
aparentemente amistosa. “eh, Iniesta, amigo, ¿No queres que te lo cuidemos?”
me decían mientras cerraba la puerta y activaba la alarma. Y tenía que darles
unos pesos para que me lo cuidaran de ellos mismos.
Enseguida El Encargado del edificio salía presuroso, les gritaba algo y
ellos lo insultaban. Contra mí era resentimiento, envidia, pero con El
Encargado se aborrecían mutuamente. No sé, a lo mejor sentían que El Encargado era uno de ellos trabajando para el enemigo, alguien que se había vendido al Sistema. Ese tipo de cosas que uno piensa cuando tiene 15 años y escucha Los
Ramones, pero varios ya bordeaban los 30. Por otro lado El Encargado probablemente veía en ellos a sus propios
hijos descarriados, pero a estos podía insultarlos, sin temor a que le pegaran
para sacarle la jubilación o lo enviaran a un geriátrico.
Siempre que estacionaba afuera era lo mismo, 5-10 segundos de miedo, que
luego de pagar se transformaban en lástima. Quizás porque la tarifa que
cobraban me parecía insignificante (5 pesos), pero yo no conseguía odiarlos,
como los odiaban Marcelo, Vicky y sobretodo Carlos (El Senador). El que les
tenía bastante cariño era Juanchi, cada tanto alojaba a alguno durante la noche
y si Carlos llegaba de sorpresa, lo tenía que sacar por la puerta de servicio.
Me había quedado dormido, pero no era grave, apenas tenía 15 minutos de
retraso. Seguramente el despertador había sonado, pero eran más efectivos para
despertarme los rayos del sol que la alarma y al estar nublado mi cuerpo siguió
durmiendo, creyendo que era de noche.
Apuré el paso, no me estaba yendo bien en lo futbolista, desde que
había tenido que ajustar mi juego guiado por las sugerencias de Mascherano y
Cavenghi, lo último que quería era llegar tarde al entrenamiento y cometer una
falta disciplinaria.
Lo espejos del baño seguían empañados. Los cosméticos de Vicky ocupaban
el vanitory entero. Estaban todos mezclados, algunos abiertos, otros caídos. Me
daban ganas de acomodarlos, de agruparlos por tipo o color, pero no tenía
tiempo, el desorden me ponía nervioso.
En la primaria siempre le insistía a mi mamá para que me comprara esas
cartucheras donde hay un hueco para cada uno de los útiles. A mí mamá le daba
pena, porque ya en esa época eran viejas, estaban pasadas de moda y a veces
tenía que recorrer varias librerías para conseguir una. Yo siempre tenía los
lápices ordenados por color y cuando llegaba fin de año no me faltaba ninguno.
Hubo un año en que me mamá insistió en comprarme una cartuchera distinta, una
de esas que son como cajas, en donde los útiles van todos mezclados, decía que eran las que los psicopedagogos
recomendaban, que ella veía que el resto de los chicos usaban esas y no quería que yo fuera el raro. Me empezó a
ir mal en la escuela, de repente mi cuaderno ya no era tan prolijo, mi
caligrafía, siempre tan clara, no se entendía, mis mapas, mis dibujos, pasaron
de ser alegres y coloridos a oscuros y lúgubres. Me mudaron de banco, me
enviaron al otorrino, al psicólogo, incluso a hablar con el cura, hasta que a
mitad de año le pedí a mi mamá que me cambiara la cartuchera, ella accedió y
mis notas volvieron a ser las de antes.
Sequé el espejo con un pedazo de papel higiénico, me miré, estaba muy despeinado y con cara
de dormido. En el pecho todavía tenía manchas del chocolate liquido que me
había echado Vicky la noche anterior, me cepillé los dientes.
Entré a la ducha, era difícil abrir las canillas porque Vicky había
dejado colgando unas bragas en una y un corpiño en la otra. Eran Victoria
Secrets, no podía quejarme. Algo bueno de salir con Vicky es tenía mucha
variedad de shampoos y cremas de enjuague, aunque yo era casi pelado. Ella
insistía en que igual debía usar shampoos y cremas de enjuague en la cabeza, le
molestaba verme pasar el jabón por la pelada, decía que hacer eso era muy
grasa.
Salí de la ducha, la toalla
estaba empapada, Vicky no la había cambiado, tuve que secarme con el paño de
mano.
Era tarde, por suerte ya tenía la ropa y el bolso preparado, solo me
faltaba desayunar, no podía irme sin desayunar, no podía entrenar sin energía,
si hay algo que les sobra a los Argentinos es energía, a veces la canalizan
mal, pero desbordan energía, no podía ser menos que mis compañeros.
Comí lo de siempre: 1 tostada de pan integral con queso crema light y
mermelada de durazno bajas calorías, 1 banana, 1 vaso chico (200 cm2) de jugo
exprimido de naranja, 2 cucharadas soperas de Granola con pasas de uva sin
azúcar agregada y una taza de café con leche descremada. El pote de queso crema ya estaba contaminado con rastros de mermelada,
yo siempre usaba dos cucharas distintas para evitar eso, me enfurecían aquellas cosas.
Me fijé que las hornallas estuvieran cerradas y todas las luces apagadas
y salí. Era tarde, pero todavía podía
llegar a tiempo. Pasé por la entrada, saludé al Encargado y me dirigí rumbo a mi
auto. Más cerca que nunca, sentados frente a él, bajo un techito de metal de
un Kiosko que decía 7up, estaban Los Cristianos.
Apenas me vieron sonrieron, pero ni bien desactivé la alarma a distancia,
estallaron en una carcajada. Subí al
auto, prendí la música y el aire, me puse el cinturón y cuando empecé a soltar
el embriagué sentí como si el auto se cayera y luego un fuerte golpe. Bajé,
miré el auto y me di cuenta que le faltaban las cuatro ruedas, se las habían
robado, el auto estaba sostenido por ladrillos. Los Cristianos empezaron a
burlarse “Eh, Iniesta, amigo, ¿Pasó algo?”. Entré en pánico, iba a llegar tarde
al entrenamiento. Subí al auto nuevamente para no mojarme y comencé a llamar a
Marcelo, pero no me atendía, Vicky también estaba durmiendo. Tomé mi bolso y
volví a bajar. Intenté parar un taxi, pero todos pasaban llenos, como suele
suceder los días de lluvias en todo el mundo. Los Colectivos me eran ajenos, iban
y venían de cualquier parte. Cada vez llovía más.
“Eh Iniesta, vos que sos deportista, ¿Por qué no vas corriendo amigo?
jajaja” Al principio me pareció absurdo, era una burla, pero luego lo asumí
como un desafío, ¿Por qué no? Era mejor que quedarme parado, de alguna forma
era tomar el destino en mis propias manos.
Empecé a correr por la Bicisenda, era el único lugar por el que podía
correr, porque las calles estaban bloqueadas, todos habían salido con sus autos
para no mojarse y las veredas de San Telmo son muy estrechas y es imposible ir
corriendo y no chocarse con los otros peatones. Me fijaba adentro de los autos,
tratando de ver si alguno tenía el escudito de River, quizás un hincha quisiera
llevarme, pero no veía nada, la mayoría tenía vidrios polarizados y las gotas
de lluvia cubrían las ventanas, que de todos modos estaban empañadas.
Luego de unas cuadras noté que los Zombies, los Cristianos, los de mi
cuadra y los de otras, decenas de chicos con gorritas, camisetas de fútbol,
bermudas y zapatillas con cámara de aire, me gritaban, me alentaban, me sacaban
fotos con sus celulares y alguno hasta se sumaba a correr conmigo por la Bicisenda.
Aparentemente estaba haciendo algo prohibido, revolucionario, lideraba
una especie de Rebelión Absurda cuyos motivos y propósitos ignoraba, era el
líder de los Zombis/Cristianos, pero más que un Comandante como El “Che” Guevara era algo así como
un Forrest Gump.
Cuadras y cuadras quedaban atrás. El adobe se iba transformando en piedra, las pequeñas Casonas en majestuosos Palacetes y Edificios, las Calles estrechas en anchas Avenidas. La multitud crecía. Como un niño en el
auto del padre, ignoraba si faltaba mucho o poco, solo había hecho ese
recorrido en auto, me costaba proyectar.
No estaba cansado, pero era incomodo correr con las gotas de lluvia
corriéndome por la frente y la tira del bolso marcándome el hombro.
Tengo que reconocerlo, algún Cristiano, viendo mi voluminosa carga, se
ofreció a compartir el peso de mi Cruz, pero yo me negué, temí que mis cosas
terminaran esparcidas por el asfalto, como parte de un botín
de Guerra.
En el último tramo, cuando la Bicisenda ya había terminado y ya corría sin mirar donde, la mayoría de la gente parecía advertida de lo que
estaba haciendo, porque salían a los balcones a filmarme o sacarme fotos, como
si se tratara de un acontecimiento histórico. Es más, creo que tenía un Helicóptero encima y
todo eso estaba saliendo en Vivo en Televisión Nacional, como si fuera la persecución de
O. J. Simpson o el ataque a Las Torres Gemelas.
Nadie era indiferente a lo que pasaba. Algunos me vitoreaban, otros me
insultaban e incluso tuve que esquivar algún objeto contundente.
Llegué a River con más de media hora de retraso, agitado, no sé si
estaba en condiciones de entrenar.
Los Zombis/Cristianos se detuvieron a 20 m
de la puerta del club, como si un campo magnético los rechazara, como El Niño
Diabólico de la Profecía frente a la Catedral, la mayoría, supongo, era hinchas
de Boca, varios tenían la camiseta rosa entallada con el 7 en la espalda.
El Portero, de muy mal modo, me dijo que no me podía dejar pasar, que El
Mister había prohibido mi ingreso al Club ese día, que volviera a mi casa.
Un hincha, que salía de la sede con la camiseta de Mascherano, se agarró
la entrepierna y me dijo “Iniesta, caminate esta” y otro que estaba a su lado con la 9 de Cavenaghi alternativa
agregó “Eh, IniesGump, porque no te haces culiar”.
No sabía que hacer, como volver a mi casa, intenté dar una explicación coherente, contar mi verdad,
pero tartamudeaba y al Portero tampoco parecía importarle. Vi que varios
periodistas venían hacía mi con prisa, esquivando cables y colegas, tratando de no volcarse encima el café que estaban bebiendo.
Di media vuelta y empecé a correr en sentido contrario, atravesé
el mar de Zombis/Cristianos, que sorprendidos se abrieron para dejarme pasar y
comenzaron a seguirme nuevamente. Volví a mi casa trotando por el mismo camino.
Entrené más que nunca, 20 Kilómetros de ida y vuelta, bajo un tiempo
inclemente y con mi bolso perforándome el hombre.
#IniesGump, Bicisenda y Caminasenda fueron los tópicos del día en Twitter.
No sé ustedes, pero yo un poco me emocioné cuando Iniesta se puso al frente de los Cristianos.
ResponderEliminarUp!
ResponderEliminar¿Qué pasó? ¿Muy malo?
Eliminar